8/10/2013

Diego Alexander Vélez Quiroz

Celebramos la publicación del libro Elizabeth y las manzanas del poeta colombiano Diego Alexander Vélez Quiroz y esperamos tenerlo pronto en estas tierras ya que fue publicado en España. Muchos éxitos y buenos viento para él.



Diego Alexander nació en Popayán (Cauca) en 1987. Se licenció en Español y literatura, y actualmente cursa estudios de maestría en Literatura Latinoamericana. Es miembro editor y fundador de la revista literaria Polifonía y del Premio Nacional de poesía Quijote de Acero – Klepsidra Editores. Ha publicado El encuentro (cuento) y Elizabeth y las manzanas (poesía).


SELECCIÓN DE POEMAS


ELIZABETH Y LAS MANZANAS

Elizabeth tiene quince años,
los ojos quedos y esquivos
como dos peces azules.
Le gusta salir de noche
a disparar palabras verdes a los árboles secos,
bañarse al final de la tarde,
cuando los abismos esperan confundirse con el cielo,
le gusta salir y desaparecer,
convertirse en tigre y desgarrar al viento.
Confundirse.
Dejar de ser rosa para ser tallo, raíz o pétalo,
respirar el polen de sus abejas amantes,
Elizabeth traiciona su sexo al mediodía.
Cuando regresa de clase
hace camino para sus manos blancas,
se complace en acariciar senos firmes
y trenzar cabellos largos,
o besarlos y respirar un sudor que parece suyo.
Elizabeth calla cuando mamá está en casa,
sonríe cuando juega a la pelota
y suspira cuando yo no estoy.
Elizabeth se ha ido de casa,
probablemente encontró un nuevo vientre
y querrá volver al paraíso
para morder de nuevo las manzanas.



SUBSUELO

La ciudad,
ese mural de oscuros espejos,
guarda, entre sus grietas,
animales tuertos,
sucias madejas de huesos cansados y de venas rotas
que se ocultan,
pacientes,
en el subsuelo del olvido.
Guardan, en bolsas de aire,
un pedazo de pan,
una madrugada amable,
algunas monedas negras.
Lavan la suciedad de sus días
con la lluvia nocturna
o la endurecen con soles verdes en una estación
cercana.
………………………………………
Entre esos hombres está mi hermano, mi padre, mi
amigo, mi hijo.
Uno de esos hombres,
tal vez,
soy yo,
o Dios esperando por el paraíso.



IMÁGENES DE DOMINGO FRENTE A LA PUERTA DE SAN PEDRO

El cielo entró en receso ante el altísimo precio del
pecado.
Caos lleva el rostro de un jardín sin manzanas, es uno
más de los ciegos amantes.
Parece que Dios se ha colgado en los cabellos de
María,
no se sabe cuál será el tamaño de su sepultura.
Los arcángeles rumoran el regreso de Adán.
Se ofrece recompensa a quien brinde información
sobre el paradero de Eva,
desde su partida han muerto todas las serpientes
ocasionando, así, una progresiva desaparición de las
especies.
Las charcas del cielo se han llenado de espinas,
por ello mueren los ángeles de sed.
………………………………………
El infierno es un volcán extinto,
un niño salta a la cuerda en sus entrañas,
el fuego siempre vuelve.
Sí, el cielo está a punto de desaparecer
y en ti sigue haciendo frío,
¿Adónde irás entonces?



NADA NOS PERTENECE

Para mi madre, que un día me dijo
 –Esta vida mía le pertenece, hijo-.

Nada nos pertenece madre,
nada nos pertenece.
Ni esta vida de paso que apenas nos sostiene,
ni los remotos días en que viste la dicha,
¡esa dicha tan breve!


No madre, nada nos pertenece.
Yo te escucho y lamento cada tarde vacía,
me culpo, yo conozco la culpa,
por no ser más feliz, por no aferrarme más,
por dejar que me pase por encima la vida
o me alcance la muerte (y la acoja sin prisa).

Madre, nada nos pertenece.
Y nos es un pronombre que se pronuncia solo.

Yo, solo yo que te amo conozco de tus lágrimas
tan plagadas de historia.
Yo sé que un día, por ejemplo,
te sentiste tan sola y tan desamparada…
No madre, no sé nada,
guardemos los secretos,
toda la ropa sucia debe lavarse en casa.

Madre nada nos pertenece.
Un día nos iremos de esta casa,
de estos humildes muebles, de las blancas ventanas
y de las celosías. Un día nos iremos madre
y veremos de lejos, y cada vez más lejos,
que atrás se van quedando pedazos de la vida:
mi infancia consumada y tus dieciocho  años,
mi adolescencia vana sobre tu breve espalda
y tu vejez que aguarda acodarse en la mía.

Madre, son las dos menos treinta y nada nos pertenece,
solo nosotros, que apenas nos sabemos,
que apenas hemos visto un rostro en el espejo
y decimos entonces:
-este tiempo no cesa de roerme la vida-.

Yo madre, yo que soy esta herida,
esta herida de muerte que va sangrando tiempo,
hoy presiento que pronto,
(ojalá me equivoque) rendirás tus banderas
al barco de las sombras.
Y a pesar de que digo que nada,
incluso nada, tenemos en las manos,
tiemblo cuando imagino
tus brazos, tus abrazos, para siempre cerrados.

Nada nos pertenece madre, pero si de algo sirve
sigamos navegando, yo te ofrezco mi viento
para empujar tu barco.



PARA LLEGAR A PUERTO

Casi he llegado a puerto.
Después de un largo viaje,
de navegar sin rumbo, sin cartas y sin brújula,
hoy he visto de nuevo la orilla que me aguarda.

Llego sin tripulantes.
Soy solo yo, capitán y vigía de mi nave cansada,
esta nave que un día, un día ya remoto,

se dio a la mar con ansías de embriagarse del mundo
y vagar con las olas en aguas cuyo nombre
no ha sido pronunciado (secretamente,
tenía la certeza de que incluso las olas,
un día con buen viento, llegan hasta la costa).

Casi he llegado a puerto,
tan solo me hace falta fijar el rumbo exacto,
encontrar un motivo y echar por fin las anclas.
Tan solo necesito una palabra, para llegar a puerto una palabra,
dime tu nombre, esa palabra exacta,
y mi navío, te lo prometo, se anclará cada noche en tu orilla,
en tu cuerpo.

Tan solo necesito una palabra, para llegar a puerto una palabra,
Dime tu nombre.



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